Sesión # 10 La Cultura Mexica (Última Parte)

 

Esperamos que hayas pasado un momento agradable en la sesión de nuestro taller, a continuación te dejamos las lecturas y el video que se proyecto con relación a la Cultura Mexica.


Video: Los Mexicas (Última Parte)



Mitología Mexica 

(Última Parte)

#1 AZTLÁN



Las leyendas cuentan que allá por el norte había un lago de gran hermosura y en él una isla en la que se levantaba un cerro de pico retorcido. Ese país se llamaba Aztlán, que significa lugar de garzas, y ahí habitaban los aztecas.

Los aztecas reverenciaban al dios Huitzilopochtli, quien una noche les dijo: «pueblo mío, deja este lugar en el que vives hoy, toma tus armas y utensilios, y emprende la marcha hacia el sur hasta un lugar que yo te indicaré, para que allí edifiques una gran ciudad que será tu capital y la señora de mil pueblos»

El pueblo obedeció y después de muchos años de peregrinación llegaron al lago de Pátzcuaro, que tiene muchas islas preciosas y es abundante en peces blancos como la plata. Pero su dios les dijo que ese no era el lugar prometido para establecer el gran reino.

La peregrinación de los aztecas duró siglos y en ese viaje olvidaron costumbres primitivas y adquirieron otras como la de hacer sacrificios humanos. El pueblo peregrino estaba a punto de perder la fe en su dios, pero se encontraron un lago con una isla en medio. Aquel lago ocupaba el lugar en donde hoy se asienta la ciudad de México, la isla estaba desierta, el terreno era corto y largo.

Había un ojo de agua hermosísimo con una sabina blanca muy hermosa. Todos los sauces eran blancos y todas las cañas y espadañas también, del agua salieron ranas blancas y vistosas. Huichzilopochtli les dijo que ese era el lugar elegido en donde encontrarían, a la mañana siguiente, una hermosa águila sobre un tunal, ese lugar sería llamado Tenuchtitlán.

Al otro día temprano el sacerdote le dijo al pueblo:

«En este lugar del tunal está nuestra bienaventuranza, quietud y descanso; aquí ha de ser engrandecido y ensalzado el nombre de la nación mexicana; desde este lugar será conocida la fuerza de nuestro valeroso brazo y  el ánimo de nuestro corazón con que hemos de rendir todas las naciones y comarcas, sujetando de mar a mar todas las remotas provincias y lugares, haciéndonos señores del oro y la plata, de las joyas y piedras preciosas, en este lugar se edificará la famosa ciudad que será la reina y señora de todas las demás».


#2 TZUTZUMA, EL ENCANTADOR



Los primeros reyes mexicanos introdujeron el agua de Chapultepec a la ciudad de México por medio de un conducto que iba sobre el lago, pero la población creció y el agua fue insuficiente. Cerca de Churubusco, en Acuecuexco, brotaba un manantial de agua abundante y buena, el emperador Ahuítzotl tuvo el presentimiento de aprovecharla y le rogó al señor de Coyoacán que le diera permiso para hacer una toma en la fuente.

Aquel señor se llamaba Tzutzuma, era tributario de Tenochtitlán, accedió a dar agua, pero explicó que esa agua se podría enfurecer, derramar y esto inundaría Tenochtitlán.

Esta respuesta enojó a Tzutzuma pues no consentía que nadie le hiciera observaciones.

-¡Vayan a Coyoacán y arranquen la vida a ese insolente que se atreve a hacerme advertencias en lugar de obedecer! exclamó en un acceso de cólera.

Esta orden iba dirigida a tres de sus mejores servidores quienes se apresuraron a cumplirla.

Cuando Tzutzuma supo que lo buscaban unos soldados supo que estaba perdido, pero le dijo a su criado que le dijera a los tres jefes que podían pasar a verlo. Cuando los tres jefes entraron se encontraron con un águila colosal que estaba posada en el respaldo del sillón, salieron muy enojados, pero el criado aseguró que su señor estaba en la sala. Volvieron a entrar y se encontraron con un tigre corpulento que mostraba sus grandes colmillos.

Los capitanes retrocedieron espantados y salieron corriendo, pálidos de susto. Al llegar a México le dijeron al rey -¡Señor! el cacique de Coyoacán se ha vuelto águila y después tigre.

Ahuítzol se maravilló con el relato y ordenó que el doble de soldados fuera a cumplir con la sentencia.

Al llegar con Tzutzuma se encontraron con una serpiente.

-¡Matenla! -ordenaron los jefes a sus soldados.

Pero antes de que pudieran cumplir la orden, la serpiente saltó sobre ellos, arrojando por las fauces abiertas llamaradas de lumbre. Los soldados temblaron y huyeron aterrorizados.

Ahuítzotl mandó un pregonero a Coyoacán a que diera el siguiente mensaje:

«¡Habitantes de Coyoacán! el poderoso emperador Ahuítzotl, manda decir que apresen a su señor Tzutzuma y lo entreguen sin dilación. Y les advierte que, en caso de desobediencia, se les tendrá por rebeldes y arrasará sus ciudades pasando por el cuchillo a todos los habitantes.»

Todos quedaron aterrados, Tzutzuma, como buen señor de su pueblo, se presentó voluntariamente a los mexicanos y les dijo:

-Aquí estoy, me pongo en sus manos, pero no olviden decir a su señor que si introduce en México el agua de Acuecuexco, yo le profetizo que antes de muchos días la ciudad será anegada y destruida.

Los soldados mataron a Tzutzuma ahogándolo, y su profecía se cumplió al pie de la letra. A los cuarenta días de introducida el agua a México, se inundó la ciudad y el emperador se vio en la necesidad de romper las cañerías del acueducto.

#3 LA LEYENDA DE LAS TZITZIMIME




Las Tzitzimime, se conocen a los demonios nocturnos, relacionados con las estrellas, que buscan la destrucción de esta humanidad. Su cuerpo era solo compuesto de huesos y garras, conocer su fascinante leyenda. Es en el segundo cielo, de los 13 que existían en la mitología azteca, donde las Tzitzimime deambulaban y se encargaban de mover las estrellas.

Su nombre proviene del nahuatl tzitzimitl que quiere decir “flechas malas” por tzintzon que significa finche,mitl, flecha.

Fue después de la conquista que se les atribuyó el término de demonios, pero en realidad en la sociedad mexica no eran vistas como tal.

Estos seres de la noche intentaban impedir la puesta del sol atacándolo durante el amanecer y anochecer, intensificando su ataque cuando ocurrían los eclipses.

También son protagonistas en el mito creacionista de la era en la que vivimos la cual se llama el Quinto Sol.

Según la leyenda Quetzalcóatl, junto con Xólotl, crearon a la humanidad actual, al dar vida con su propia sangre a los huesos de los viejos muertos que yacían en el Mictlán.

Ya que después de varios intentos fallidos los dioses desistieron en crear seres humanos.

Sin embago, se creía que el quinto sol, Nahui-Ollin (Cuatro-Movimiento), estaba destinado a desaparecer por la fuerza de un movimiento o temblor de tierra.

En este momento era cuando aparecerán los Tzizimime o monstruos del Oeste, con apariencia de esqueletos, y devorarán a todos los hombres.

Por tal razón, los mexicas realizaban ceremonias rituales para favorecer el movimiento cósmico constante como los sacrificios o la ceremonia del Fuego Nuevo, una de las fechas más importantes en el calendario antiguo realizada cada 52 años.

Si durante el ritual, el fuego no podía mantenerse con vida, o si al comienzo del Xiuhmolpilli (como se llamaba a la festividad) el sol no brillaba, la oscuridad imperaría en el mundo y las terribles tzitzimime podrían acabar con los hombres.

La Tzitzimime Itzpapalotl

Aunque estas estrellas acechaban en grupos, existían entre ellas, algunas importantes que destacaban en las leyendas y mitos.

La más monstruosa era Itzpapalotl “la mariposa de obsidiana” a quien se le condiseró el aspecto oscuro de la diosa madre de los chichimecas. Mientras que los zapotecas la identificaban con los murciélagos y los mexica con las mariposas negras nocturnas.

Otra tzitzimime importante en la mitología de Mesoamérica fue la despiadada abuela Mayahuel, la diosa del pulque, quien por haberse escapado con Quetzalcóatl se convirtió en un maguey, al descubrirla la despedazó y de ella broto el delicioso pulque o néctar de los dioses.

Sin embargo hay relatos donde se hablan que las tzitzimime no eran totalmente malas, incluso podían evitarle una enfermedad a alguien, pero a su vez, contagiar con esa misma enfermedad a otra persona. Por ejemplo, Coatlicue, “la de la falda de serpientes” considerada la madre de todos los dioses y los mexicas, hacía uso de las propiedades contentivas las Tzitzimime, ya que con ellas curaba las enfermedades de los niños.

Asimismo, se dividían  en grupos de varios tipos de colores como el rojo, blanco, azul o amarillo. Estas tzitzimime eran Iztac Tzitzimitl, Xouchcal Tzitzimitl, Coz Tzitzimitl e Itlatlauhcatzitzimitl.

¿Cuándo atacaban las Tzitzimime?

Se creía que las estrellas demonio atacaban en las horas de total oscuridad, durante los eclipses solares, temporada de lluvias y durante la ceremonia del fuego nuevo.

También si había niños o bebés en la casa, ya que a las tzitzimime les gustaba llevárselos.

Eran vulnerables en los cinco días nefastos o nemontemi, los últimos cinco días del calendario mexica en los que no se debe salir de casa.

Las mujeres embarazadas podían convertirse en estos monstruos si morían en los días de la ceremonia del fuego nuevo.

Además había que temerles si se escuchaba un ruido de conchas, ya que tenían faldas de caracoles.


#4 EL ORIGEN DEL POZOLE


Los antiguos mexicas preparaban el pozole con carne de los cautivos sacrificados en algunas fiestas, principalmente la dedicada a Nuestro Señor el Desollado, Xipe Totec.

Este platillo fue documentado por varios de los frailes (algunos peninsulares, otros criollos o incluso mestizos) que llegaron a la Nueva España años después de la caída de Tenochtitlán. Entre ellos destaca Fray Bernardino de Sahagún, quien escribió sobre el singular platillo en su monumental obra: Historia general de las cosas de la Nueva España.

Podemos afirmar que lo escribió con repugnancia, ya que los antiguos mexicas preparaban el pozole con carne de los cautivos sacrificados en algunas fiestas, principalmente la dedicada a Nuestro Señor el Desollado, Xipe Totec.

En dicho festejo, que llevaba el nombre de Tlacaxipehualiztli, se realizaban los famosos sacrificios de rayamiento o gladiatorios, donde un guerrero cautivo era amarrado a un temalacatl (una gran piedra cilíndrica, ej. Piedra de Tizoc, del antiguo Palacio del Arzobispado o la Piedra del Sol) de la cintura para enfrentar a los grandes combatientes mexicas (cuauhpilli y ocelopilli) armados hasta los dientes.

Después de ser muerto, el cautivo era desollado y desmembrado para su consumo. El muslo derecho siempre iba al palacio del Huey Tlahtoani, para expresar agradecimiento y respeto. Según comentaban los cronistas de Sahagún, los muslos era la parte donde se encontraba la carne con mejor sabor y textura. El muslo izquierdo y ambos brazos eran propiedad del guerrero que había capturado a su enemigo en batalla.

Aunque él no los podía consumir, ya que desde la cosmovisión mexica el capturador se volvía su padre y el capturado su hijo. Sus familiares, compañeros de armas, los líderes del calpulli se disponían a comerlo en un gran banquete. Es importante aclarar que entre los mexicas existía la antropofagia ritual, en otras palabras, el consumo de carne humana con fines religiosos. Dicho privilegio estaba segmentado a grupo selecto de la gran población de Tenochtitlán, los nobles, los gobernantes, los guerreros y los teteuctin (señores). Cuando se llevaban a cabo estos rituales Sahagún comenta que la carne humada para consumo nunca era asada, sino hervida.

Una de las formas más comunes de consumir la carne humana era en el pozolli, palabra que en náhuatl significa espumoso o hervido (espuma se dice apotzontli, potzonalli). Desde tiempos de la Excan Tlatolloyan (Triple Alianza) se usaba una variedad de maíz que en la actualidad le llamamos cacahuacintle, cuya principal característica es el gran tamaño de sus granos.

Para la preparación del pozole, primero se precocen los granos de maíz en agua con cal (50 mgs de cal, 5 litros de agua y un kilo de maíz). Cuando suelta el primer hervor es retirado del fuego para dejar reposar toda la noche. Este proceso tiene la finalidad de retirar más fácilmente la dura cobertura de los granos del maíz. Al día siguiente se frotan los granos de maíz para literal "despellejarlos". Luego se quita la cabecita de cada grano. Posteriormente se coloca en una gran vasija/olla la carne, ya fuera humana, de cerdo de guajolote o pollo junto con los granos precocidos para que hierva por varias horas hasta que el maíz estalle. Los antiguos mexicas decían que se transformaban en flores blancas.

Este platillo típico mexicano se acompaña con rodajas de rábano, lechuga rayada, aguacate, tostadas de pata o de crema con queso. En la zona de Guerrero es típico que se le agregue chicharrón. Para resaltar su sabor se le agrega chile piquín molido y el famoso orégano. Me tomo el atrevimiento de mencionar que se han encontrado restos de este condimento en los complejos habitacionales teotihuacanos (Escalante Gonzalbo, Pablo et al., Historia de la Vida Cotidiana de México tomo I, Mesoamérica y los ámbitos indígenas de la Nueva España), de la misma forma que el epazote.

Debido a la aberración que le causó a lo europeos la antropofagia ritual que se practicaba entre los nahuas, decidieron importar gran cantidad de cerdos ya que los indígenas decían que su carne era muy parecida en sabor, textura y cantidad de grasa que la del humano. Este es una de las principales razones por las que México es uno de los países a nivel global donde se consumen más cerdos.

Dato Arqueológico: En la zona arqueológica de Tecoaque Sultepec ubicada cerca de Calpulalpan en el actual estado de Tlaxcala hay muchas evidencias de antropofagia ritual, incluso de los europeos liderados por Juan Yuste no se salvaron de dicho destino. Sus osamentas nos narran el horrible final que tuvieron, ya que fueron sacrificados y posteriormente hervidos para ser consumidos.

¿Cómo sabemos esto? Porque en ellos hay marcas de navajillas de obsidiana que fueron usadas para retirar su carne. También fueron alterados por las altas temperaturas a los que fueron expuestos al ser hervidos. Finalmente sucede algo similar con una niña otomí, la cual fue desmembrada viva para después ser devorada.

Sus huesos los reunieron posteriormente para ser enterrados junto con ofrendas votivas relacionadas con las deidades del pulque como Ome Tochtli y Tepoztecatl. Curiosas son las vasijas en forma de maguey que la acompañaron en su entierro. Esto no se realizaba por motivos de crueldad, sino para emular el mito relacionado con las bondades del pulque relacionado con la deidad Mayahuel y Quetzalcoatl.


#5 CHALCHIUHTLICUE


La diosa azteca Chalchiuhtlicue es la diosa del agua terrestre en su aspecto fecundante y germinativo. Su nombre se traduce como "Su falda es de chalchihuites" -que son piedras verdes semipreciosas en náhuatl-. Su pareja divina es Tláloc, dios de la lluvia. Ambos fueron creados al mismo tiempo, por lo eran hermanos y esposos. Para los aztecas la rana era una epifanía de la diosa Chalchihuitlicue.

Chalchiuhtlicue, también era venerada como la diosa azteca de las aguas que corren, y simbolizaba la pureza de los arroyos, los ríos y los lagos. También era venerada como diosa de la fertilidad de los cultivos y representaba el ideal de la fertilidad femenina, ya que de ella procedían los niños. Se le hacían sacrificios humanos, específicamente de niños, tanto en su templo como en el de Tláloc, en agradecimiento o como petición para tener tierras fértiles, aguas abundantes, especialmente en la estación seca, y para que nazcan más niños y que crezcan y florezcan las plantas. Se dice que ella prefería ofrendas florales, ya que era la diosa de las mujeres a punto de dar a luz y por lo tanto del nacimiento, y de los recién nacidos a los cuales recibía y limpiaba.

También era conocida como “Ella cuya capa nocturna de joyas estrelladas titilan Arriba”. En la religión azteca era conocida como madre de Tecciztecatl, el dios de la luna.

Los nahuas la representaban joven y hermosa, con una tiara de oro, faldas y un manto con borlas de quetzalli. Otras representaciones de la diosa incluyen estatuas esculpidas en piedras verdes, con un riachuelo de agua con bebés que fluyen de su falda, tanto varones como mujeres. También se la adornaba con implementos de tejido. A veces llevaba una cruz, que para los aztecas era el símbolo de la fertilidad que representaba los cuatro vientos que llevaban lluvia a las cosechas.

En la mitología azteca se decía que Chalchiuhtlicue reinaba sobre el reino paradisíaco de Tlalocan, junto a su esposo Tláloc. Este reino era el lugar desde donde todos los ríos fluían. Chalchihuitlicue creó y reinó sobre el antiguo Reino del Cuarto Sol y su mundo fue destruido por una inundación, creada por Ella, para limpiarlo de los seres malvados. Llovió torrencialmente por 52 años, pero salvó a la humanidad transformando a algunos humanos en peces.

La unión de las aguas y la fertilidad se debe a la asociación que hacían los aztecas con las aguas de la placenta. Aunque como muchas diosas madres, también tiene un rol en la muerte. Sus nombres también son: Chalchihuitlicue, Chalchiuhtlicue, Chalciuhtlicue o Acuecucyoticihuati.

Chalchihuitlicue también era la diosa de las aguas horizontales, la belleza juvenil y las tormentas, por ello es también conocida como una diosa hermosa, voluble y apasionada.

"Esta diosa trae consigo creatividad e ideas desbordantes, aunque hay una posibilidad de que la inspiración llegue demasiado rápido y sea incontrolable. Haz lo mejor que puedas para mantener la cabeza por encima del agua."


#6 LA NOCHE EN QUE EL 

LEÓN CONOCIÓ AL JAGUAR


México-Tenochtitlan, 30 de Junio de 1520

Regimientos completos de hombres blancos y guerreros tlaxcaltecas huían en desbandada por las calles de Tenochtitlan. Presas del pánico y el miedo, corrían despavoridos en dirección hacia Tlacopan, donde esperaban reagruparse para efectuar la más cobarde de las retiradas.

Mi madre nos permitió observar el intento de escape de los farsantes pálidos desde una de las ventanas de nuestra casa. Ella misma se permitió arrojar algunas piedras durante el caos reinante de aquella cálida noche. Recuerdo que mi hermano y yo reímos cuando una de esas rocas le pegó en la cabeza a una de sus enormes bestias de largas patas. El hombre que montaba a aquel monstruo cayó estrepitosamente al suelo. Intentó levantarse, pero jamás lo logró.

Uno de nuestros nobles Cuauhpilli descendió sobre él y le atravesó la garganta con su lanza. El hombre blanco ni siquiera pudo dar un último aullido de dolor. Tan pronto como su cuerpo dejó de respirar, numerosos macehualtin le despojaron de su ropa metálica y sus horrendas armas. Las arrojaron a los canales y gritaron de felicidad conforme las observaban hundirse en el agua.

De pronto, una de esas espantosas bestias de cuatro patas irrumpió en la calzada a toda velocidad. Si nadie le daba alcance, pronto tendría el camino libre hacia Tlacopan, donde capturarlo sería prácticamente imposible ya que, alcanzado ese punto, podría escapar hacia cualquier parte.

Sin embargo, parar a la bestia no era tarea sencilla; dos campeones flecha le salieron al paso, pero fueron incapaces de frenar la embestida del furioso animal. Además, el hombre que lo montaba era especialmente peligroso y diestro con la espada. Su nombre era Juan Velázquez de León, y aquella noche vestía una tosca ropa plateada con vivos dorados, los cuales intentaban dibujar en su pecho a una especie de ocelotl con melena larga. Avanzaba dando furiosos mandobles a diestra y siniestra mientras la fiera continuaba su furiosa carga.

Le arrojamos algunas rocas, pero no pudimos hacerle nada. Conté a diez de nuestros guerreros caídos bajo su espada. Quizá su tonalli era huir con vida de Tenochtitlan y por eso nadie era capaz de plantarle cara. Nos resignamos a verlo escapar…

Sin embargo, la vieja luna Coyolxauhqui aún tenía algunas sorpresas reservadas para aquella noche: de entre las sombras, una ágil figura saltó hacia él, obligándolo con un puñetazo a abandonar su montura. El golpe provocado por su caída fue seco, violento, emotivo… su animal huyó despavorido cuando se vio libre del peso humano. Nadie hizo ningún esfuerzo por alcanzarle.

Mientras tanto, Velázquez de León se levantaba con dificultad del suelo. Hincó la rodilla en tierra y agitó su espada en el aire llamando a un tal “Santiago”. Nunca supe quién era ese tipo, y tampoco es algo que me preocupe desconocer. Lo único que me importaba en aquel momento era descubrir al autor de tan espectacular maniobra de ataque sobre el hombre blanco.

Y cuando lo vi, mi corazón dio un vuelco.

Era mi padre, el campeón Ocelopilli Tleyotzin, quién se disponía a hacer frente al temible demonio blanco. El sujeto barbado sonrió al verlo. Quizá creyó que era demasiado joven como para enfrentarlo. Si fue eso, puedo asegurar sin lugar a dudas que estaba equivocado. Mi padre ya había visto llegar la primavera de Xipe Totec 30 veces en su vida, además había participado en más de 20 guerras floridas, donde en una misma campaña capturó a doce esclavos, todos ellos nobles. Fue tal la magnitud de aquella hazaña, que logró elevarlo por fin al rango de Campeón de la orden del Jaguar.

Confiado, el invasor lanzó un golpe de espada con dirección a mi padre. Este se quitó hábilmente e impactó su escudo de plumas en la cara de su enemigo. El golpe fue devastador. Uno de los dientes de aquel farsante blanco cayó al suelo inmediatamente después del ataque.

Sobra decir que esto lo enfureció. Tomó su espada con ambas manos y la agitó números veces frente a mi “tata” intentando darle alcance. Nunca lo consiguió. Sus movimientos eran lentos y pesados. Tleyotzin se movía con la agilidad de un jaguar, brincando de un lado a otro y lanzando esporádicos gritos de guerra cuya principal finalidad era desesperar al soldado rival.

Velázquez de León se desabrochó el peto de metal y lo dejó caer en el suelo de la calzada. Luego hizo lo mismo con su casco. Sonrió y reinició su ataque. Ahora era más veloz, mi padre tuvo que frenar sus embates con su maqahuitl en todas y cada una de las ocasiones.

El hombre blanco era en verdad un luchador formidable. Mi “tata” lo sabía, y por eso dejó de estar a la defensiva en cuanto tuvo oportunidad. En un momento en que el invasor giró sobre su talón y dio una sorpresiva media vuelta para sorprender a mi padre, este giró sobre el suelo, se puso detrás de él, y con toda la fuerza de la que fue capaz, descargó un furioso golpe de maqahuitl sobre la espalda de su adversario.

Lo tumbó al suelo, pero no lo mató. El maldito extranjero nos tenía una sorpresa guardada. Debajo de su camisa roja acolchada, llevaba puesta una curiosa túnica de anillos metálicos que le había servido para salvarle la vida.

Nuevamente se lanzó al ataque. Esta vez siempre con la espada mostrando la punta. Quería a toda costa perforar la piel de su enemigo. Durante la estancia de los invasores habíamos conocido la peligrosidad de sus armas, y sabíamos bien que, si su espada alcanzaba a mi padre, la armadura de algodón con manchas de jaguar de nada serviría para protegerle.

Tleyotzin debía de esperar el momento adecuado para ejecutar su ataque definitivo, o simplemente seria uno más de los valerosos mexicas caídos ante el ejército extranjero.

Enfurecido de que mi “tata” solo rehuyera a sus embates, Velázquez de León decidió poner toda su suerte en un último ataque: descargó un furioso golpe circular con su espada en dirección a los pies de mi padre intentando hacerlo tropezar. Tleyotzin evadió el ataque con un saltó y cayó agachado frente al invasor. Eso era justamente lo que su enemigo esperaba, porque inmediatamente después levantó el arma por encima de su cabeza y dejó caer un furioso mandoble sobre la humanidad de mi progenitor.

Creímos que esa era el fin. Cerramos los ojos y le rogamos a Mictlantecuhtli que acogiera en su reino a nuestro valeroso padre.

Abrimos los ojos, ¡Y la sorpresa fue más que grata! El campeón Ocelopilli había detenido el golpe sosteniendo con ambas manos su maqahuitl en posición horizontal. Dado que el metal de la espada extranjera era mucho más pesado que la madera y la obsidiana, la maqahuitl de mi padre se rompió en mil pedazos inmediatamente después del impacto.

Sin embargo, ese pequeño sacrificio le permitió ganar valiosos segundos para inclinar la batalla a su favor. Con un movimiento veloz y preciso, sacó de su cinturón un filoso cuchillo ceremonial de pedernal. Giró sobre su propio eje y clavó la mortal daga sobre la nuca de Velázquez de León.

El invasor cayó al piso de forma inexorable. Había encontrado la muerte a manos de un guerrero que en todo momento de la batalla fue infinitamente superior. Mi madre lloraba lágrimas de alegría. No era para menos, jamás en la vida volveríamos a ser testigos de un combate en el que participara mi “tata”.

Descendí las escaleras de la casa y salí al patio para ir corriendo a su encuentro.

Mas como dije antes, la vieja luna Coyolxauhqui aún tenía algunas sorpresas preparadas. Un ruido ensordecedor se apoderó del ambiente por un pequeño instante. Luego un humo delator surgió de detrás de un montón de cestos llenos de cantera.

Había sido un disparo de las “varas de fuego” del ejército invasor. Y el destino había sido mi padre… se mantuvo de pie algunos segundos, pero luego su cuerpo se estremeció y terminó estrellándose contra el suelo.

El cobarde tirador extranjero se estaba apresurando a recargar su arma cuando un dardo lanzado por un atlatl le quitó la vida. Un campeón Cuauhpilli había sido el autor de aquel ataque con sabor a venganza. No pude verle el rostro, porque apenas vio abatido al enemigo, emprendió la carrera hacia Popotla en busca de más traidores e invasores.

Mi hermano jura que aquel misterioso campeón fue el Huey Tlatoani Cuauhtlahuac. La verdad es que, en aquellos instantes, eso era lo que menos importaba…

Mi “tata”, mi ejemplo, mi héroe… había caído injustamente aquella cálida noche. Lo había derribado una miserable bola de metal lanzada por una indigna “vara de fuego”. Mi “tata” que merecía una muerte digna en el campo de batalla, había sucumbido ante un deleznable tirador cobarde oculto entre las sombras de unas simples piedras.

Corrí hacia él. Aún lo encontré con vida. El agujero en su pecho emanaba sangre en un flujo triste y constante. Traté de taparlo con mis pequeños dedos, pero pronto el reguero carmín cubrió también mis manos. Fue entonces cuando mi padre las sujetó y me dijo:

–Mi muy amado hijo: alza mi escudo de plumas y llévalo a casa. Que tu madre llore sobre el corazón de fuego dibujado en su cara, y que tus hermanos pequeños lo acaricien hasta que el sueño atiborre sus almas. Mi muy amado hijo, alza mi escudo de plumas y marcha orgulloso. Levanta la cara y sonríele al sol. Déjale saber a todo el Anáhuac, que tu padre, el honorable Tleyotzin, no solo vivirá para siempre en tu espada, sino también en tu alma…

Y entonces su último aliento se extinguió. Murió frente a mis ojos, murió tomando mis manos. Alcé su escudo y cumplí su última orden. Lo llevé a casa y todos lloramos sobre él. Y aquella noche, alegre para algunos y triste para otros, hicimos una última promesa:

Sin importar cuánto tiempo nos tomara, debíamos librar a nuestra tierra del temible hombre blanco.




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