Sesión #3 Los Mayas (Primera Parte)

 


Esperamos que hayas pasado un momento agradable en la sesión de nuestro taller, a continuación te dejamos las lecturas y el video que se proyecto con relación a la Cultura Maya primera parte.


Video: Los Mayas (Primera parte)



Mitología Maya (Primera Parte)

#1 AKBAL Y KANEK


Akbal y Kanek eran dos hermanos que habían crecido con un gran temor hacia unas aves conocidas como chom, singulares por sus enormes alas que regulan la oscuridad ante la salida del sol y por comer aquello que ha dejado de vivir.

Los hermanos provenían de una familia de agricultores, crecieron entre las milpas y habían aprendido casi todo acerca de los cultivos de maíz. Yaxkin, su padre, era un hombre de edad avanzada que confiaba en sus dos hijos para seguir con la tradición del maíz, que había traído sustento al hogar y los había unido mucho como familia. Ambos, al ver a su padre cansado y enfermo comenzaron a sentir preocupación y un gran temor porque los chom vinieran a llevárselo.

 

Cierto día, cuando las labores de recolección habían comenzado, Akbal notó que la tarde caía prematuramente así que se apresuró a terminar la ración del día. Kanek, quien se encontraba a una buena distancia de él, miró hacía la montaña que escondía el sol, y vio claramente a un enorme chom posado en la copa del árbol más alto.

 

Antes de que pudiera gritarle a su hermano para advertirle el ave alzó el vuelo, desapareciendo en el horizonte y arrastrando consigo a la noche. Apenas se encontraron Kanek y su hermano corrieron a casa, donde se toparon con un extraño silencio en la habitación de su padre. Lo llamaron sin obtener respuesta, y

pronto cayeron en cuenta de que su padre se debatía entre la vida y la muerte.

 

Los días pasaron y Yaxkin no daba señales de mejora. Kanek no podía quitarse de la cabeza la visión de aquella ave que le causaba pesadillas y Akbal empezaba a darse cuenta del miedo que aquejaba a su hermano, pues en las jornadas en las que desgranaban el maíz para venderlo por costales, Kanek tenía la mirada clavada en el piso y se mostraba ausente y nervioso, incluso una noche despertó exaltado a causa de un mal sueño en el que era llevado por un chom a tierras desconocidas entre sus enormes garras.

 

Habían pasado dos meses desde la visión de Kanek, cuando su padre cayó en muy mal estado. Yaxkin sentía que el momento de dejar este mundo se acercaba, así que llamó a sus hijos para despedirse.

 

Antes de morir Yaxkin pidió a los hermanos no separarse nunca, preservar la tradición familiar del maíz y, por último, pronunció débilmente las palabras “El chom vendrá por mí”. Y al tiempo que la piel de los hermanos se ponía de gallina, el padre cayó abatido entre las garras de un sueño eterno. Esa noche, Akbal y

Kanek vieron en sueños a su padre despedirse, desde el lomo de un chom que volaba hacia el horizonte.

 

Ahora, durante sus largas jornadas trabajando la tierra, Akbal y Kanek contemplan el cielo. Los chom ya no les producen temor, pues comprendieron que el papel de esas aves era el de regular la noche y transportar a un mejor lugar a los que dejan este mundo.

 

#2 EL CAMPESINO Y EL ÁRBOL



Se dice que los árboles llegaron a tierras mayas con una misión susurrada por los dioses. Desde su llegada, aguardan silenciosos el día en que serán reconocidos por los hombres, despertando en ellos admiración y respeto. Así, algunos curan fiebres, otros proveen de madera para construir y otros más tienen como misión la cura de enfermedades graves.
 
De todos los árboles que habitan las tierras, existió uno que en su silencio encerraba una tristeza infinita. Su follaje, que era su contacto con el cielo, se encontraba caído y ennegrecido, pues aquel gran árbol que un día había sido inmensamente feliz, ahora suspiraba cabizbajo.
 
Un día comenzó la tala de árboles, aquellos cuya misión era entregar su madera esperaban el momento de la caída.
 
—¡No!, a mí no —gritó el gran árbol al sentir la muerte cerca.
 
El campesino, que llevaba varios árboles talados, guardó un silencio profundo y al no observar a ningún semejante se preguntó a sí mismo.
 
—¿Quién habrá dicho eso?
 
El árbol le contestó: —He sido yo ¿no me ves? Mi nombre es Ciricote
 
El campesino, sin dar crédito a lo que le acababa de suceder, dijo:
 —¿Un árbol que habla?, eso es algo que jamás había visto, ¿A caso todos los árboles tienen esa capacidad?
 
Serenamente el árbol le explicó lo siguiente:
 
—Los árboles somos la comunicación entre los tres niveles del cosmos, el follaje nos conecta al cielo, las raíces al subterráneo y el tronco es nuestro contacto con lo terrenal, por lo que algunas veces en situaciones complicadas nos es permitido hablar.
 
 —Pero entonces, ¿por qué los demás árboles no hablaron mientras los talaba? Mi intención no es mala, es solo que aquí pienso cosechar para poder vivir.
 
—Aquellos árboles no hablaron porque su misión consistía en dar su madera. La mía es otra y con el tiempo llegarás a conocer los beneficios que te traerá tenerme aquí y cuidarme.
 
Ante esa respuesta el campesino quedó pensativo y, tras llamarlo varias veces sin obtener respuesta, continuó con los trabajos que realizaba para su milpa, aunque respetando al árbol.
 
Con el pasar de los días el campesino puso especial cuidado en el árbol y demás plantas vitales. El Ciricote fue extendiendo su follaje al cielo como cuando era el árbol más feliz que habitaba la tierra y el campesino se admiraba ante los colores de sus hojas, que le servían para limpiar los platos y los hermosos frutos que brotaban de él eran recogidos y servían de alimento para él y su familia.
 
Mientras el campesino descansaba bajo la sombra del Ciricote, el árbol se alegraba de seguir en la tierra y entre ambos haber logrado convivir.


#3 EL CUIDADOR DEL BOSQUE



Cuentan por ahí que los hombres fueron creados con maíz, que encontraron los dioses guiados por un pájaro.

También se dice que, aventando granos de maíz al viento, uno puede conocer su suerte. También forma parte de las historias el que los dioses crearon a los hombres porque necesitaban ser alabados, y que ahí donde todo era oscuridad, llevaron la luz diurna en las alas de un enorme pájaro, permitiendo que los hombres y animales pudieran convivir.
 
El tiempo pasó y se llevó consigo el equilibrio que existía entre animales y humanos. Los bosques que anteriormente se encontraban repletos habían perdido su verdor, y el número de especies que los habitaba era cada vez menor. Todo esto, dicen, sucedió porque los grandes no supieron cuidar de la naturaleza, y los jóvenes no tuvieron quién les enseñara.
 
Lo único que quedaba en la mente de los hombres era el saber que los dioses habían dejado a los humanos hacer uso de la naturaleza para su beneficio, pero habían olvidado que la conciencia y la gratitud formaban parte del permiso.
 
Sin embargo, había sobre la Tierra un hombre al que visitaron el dios de la lluvia y el dios del monte. Al recibir la visita Quiej, a quien llamaban así por ser cuidador del bosque, se sintió sumamente halagado. Los dioses le advirtieron que, si los árboles y animales del bosque seguían desapareciendo, terminarían con la vida de todos los humanos, destruyendo montes e inundando todo con su furia.
 
Una vez recibido el mensaje, Quiej quedó solo y lleno de dudas. Sin compartir con nadie lo que los dioses le habían revelado, comenzó a hacer un inventario de todo lo que componía el bosque: caminó por horas contando tanto árboles como hierbas, animales grandes y pequeños, troncos que habían sido macheteados y hasta huesos de los animales del lugar.
 
Una vez completa la lista, se dedicó a asegurar que todo estuviera en su lugar, pero pronto se percató de que faltaban flores y los cantos de las aves ya no eran tan abundantes, por lo que decidió buscar a los responsables. Alrededor de la comunidad corrió el chisme de que el cuidador del bosque comenzaba a defender el lugar como nunca lo había hecho, y que aquellos que se negaran a acatar las nuevas reglas serían condenados.
 
Días más tarde, Quiej recibió una segunda visita de los dioses. Con gran temor, éste les dio el reporte de los animales que habitaban el bosque, así como las plantas y árboles que ocupaban el espacio y, con todo el pesar de su alma,
reveló cuántos habían desaparecido. Hincado y con la mirada clavada en el piso, el cuidador se puso a disposición de los grandes señores.
 
Después de meditar unos instantes, los señores del monte y la lluvia respondieron al joven que su trabajo estaba hecho: el conocimiento sobre aquellos elementos del bosque que se habían perdido era el inicio para salvarlo, y de ese momento en adelante le comunicarían las funciones de cada planta y cada árbol, para que él difundiera la palabra y enseñara a la comunidad a conservarlo.
 
Una vez más, los señores desaparecieron y Quiej comenzó a escribir los saberes que le habían sido transmitidos. A partir de entonces el cuidador se dedicó a realizar la tarea que le había sido encomendada, de tal forma que el bosque recobró el verdor y los sonidos desaparecidos recorrían nuevamente las tierras. 



#4 EL HOMBRE SIN NOMBRE



Esta es la historia del hombre sin nombre.

La historia de quien hubiese iniciado la vida como la conocemos y que nació cuando el mundo era casi nuevo, cuando existía flora y fauna que hoy ya no existe. El lugar en el que nació podía brindarle todas las comodidades y facilidades que necesita un hombre común, sin embargo, los dioses mayas habían traído a la vida a este ser hecho de maíz después de haber intentado crear al primer hombre en el mundo de barro y de piedra sin tener éxito.
 
El primer hombre, hecho de barro, sucumbió ante el calor. Cuando los dioses tenían planes para él, el sol brillaba con más intensidad que nunca y su cuerpo comenzó a secarse, volviéndose rígido. Poco a poco perdió la movilidad, hasta que sus piernas quedaron ancladas al piso y sus brazos, que tenía cruzados, quedaron pegados a su pecho. Al notar esto, los dioses comenzaron de nuevo.
 
El segundo hombre, hecho de piedra, parecía sortear muy bien los peligros que el mundo nuevo y hostil le ponía enfrente. Su cuerpo era muy resistente y sus extremidades muy fuertes, así que pronto construyó un refugio que lo mantenía a salvo de animales, el calor del día y el frío de la noche. Sin embargo, cuando
decidió explorar más allá de lo que sus ojos de piedra le permitían ver y emprendió el camino entre la maleza de la selva, tropezó y cayó a un cenote. Nunca antes había intentado nadar y su pesado cuerpo de piedra lo hundió hasta el fondo, donde no había ayuda alguna, y murió.
 
Los dioses, a pesar de estar tristes y desanimados, no dejaron de intentar poblar el mundo con un ser capaz de sobrevivir a los incontables peligros que, a diferencia sus primeras creaciones, pensara por adelantado en los riesgos
y pudiera resolver los problemas que se suscitaran en el camino. Así fue como decidieron recolectar todo el maíz de la tierra. Lo cortaron, lo desgranaron y lo molieron, y con un elaborado ritual crearon al primer hombre hecho de maíz.
 
Este hombre tenía ventajas sobre los dos anteriores, pues su cuerpo era más resistente al frío y al calor, era más ligero y, sobre todo, era capaz de ver y entender todo. Sorteó los peligros de maneras sencillas pues además de su
fuerza, tenía inteligencia, lo que le permitió crear un refugio resistente al difícil mundo de entonces. Aprendió a satisfacer sus necesidades más básicas; a sembrar para tener comida siempre y a cazar para usar la piel de los animales y su carne.
 
Los dioses creyeron que este hombre había superado todos los peligros conocidos hasta entonces, pero un día el hombre sin nombre se dio cuenta de que estaba solo. No tenía con quien hablar o compartir la comida como lo hacían los demás seres con los que habitaba la tierra.
 
Pasaron los días, pero ese nuevo sentimiento seguía ahí, sin que pudiera entenderlo del todo. Era un dolor similar al hambre y al frío, pero ni el fuego ni la carne más jugosa se llevaban ese misterioso sentimiento.
 
Los dioses notaron la condición que aquejaba a este hombre y trataron de ayudarlo dándole a alguien con quien compartir las palabras.
 
Después de llevar varias semanas sintiendo lo mismo y sin encontrar alivio, un día despertó con la sorpresa de una voz que lo saludaba y le preguntaba su nombre, a lo que no supo cómo responder. Los dioses habían creado a la primera mujer del mundo, que a partir de entonces compartiría los días con el hombre sin nombre.
 
Los dioses advirtieron al hombre de maíz acerca de la fuerza de este nuevo ser
maravilloso y su cualidad de dar vida y protección a más hombres como él, por lo que debía respetarla, cuidarla y venerarla como un ser creador de vida. Y fue así como el hombre de maíz, que nunca tuvo nombre, dejó de sentirse solo y empezó a poblar el mundo, dando paso a nuevos problemas y sentimientos que solucionarían hombres de otro tiempo. 



#5 EL MIEDO DE BALAM




Ixchel, que en su juventud irradiaba luz como la luna, había pasado 3 meses en cama a causa de una extraña enfermedad que poco a poco había hecho que la señora, madre de 2 valientes artesanos y abuela de 3 niños, sufriera de fiebres altísimas, dolores musculares y la pérdida de la movilidad en sus extremidades.

Fueron 3 meses llenos de incertidumbre en los que Balam, el más grande de
los nietos, parecía haber adquirido un miedo que, a diferencia de su inmenso temor a la oscuridad de la selva o al rugido del relámpago, nunca antes había sentido en el cuerpo.
 
Aquel temor lo sorprendió por primera vez cuando su abuela no pudo moverse más, pues a causa de su edad avanzada era probable que la enfermedad se complicara hasta términos fatales. Aunque la muerte llevaba presente en
la mente de Balam sus 12 años de edad, nunca hasta ese momento había sentido su presencia.
 
Desde pequeño escuchaba historias y leyendas sobre ella, de entre las cuales creía sobre todo en una.
 
Ixchel había relatado a Balam años atrás, la historia de aquel Dios que reina en el inframundo maya: “Ah Puch”, una deidad maligna que al caer la noche ronda las casas de los enfermos con el fin de alimentarse de ellos o conducirlos al inframundo. La única ventaja de los vivos era que podían escuchar al dios acercarse por el ruido de las cadenas y collares que vestía. ¿Cómo haría Balam para levantar a su abuela de aquella cama en la que estaba postrada, si escuchaban las cadenas y collares de Ah Puch?
 
Además de sentirse aterrado por la descripción que su abuela había hecho de la
creatura: de figura humana, con una calavera por cabeza, se le notan las costillas y su carne verdosa como signo de putrefacción. De su nariz emanan aromas fétidos, porta pulseras o collares con cascabeles en forma de ojos fuera de sus cuencas.
 
Aunque Ixchel siempre contaba esta leyenda con la intención de que su nieto cuidara su salud y se abrigara para evitar contraer resfriados, Balam jamás había olvidado que Ah Puch se lleva a los enfermos al inframundo maya.
 
Balam no estaba seguro de si su abuela, tan enferma, recordaba al amenazante "Ah Puch" y la posibilidad de que un día llegara y no pudiera escapar de él, así que dejó a la incertidumbre avanzar con el tiempo hasta que un día, Ixchel visitó a Balam mientras soñaba.
 
Entre sueños el pequeño vio a su abuela vestida de blanco. Por un momento se preguntó qué hacía ella caminando o cómo y cuándo se había curado, pero Balam solo cayó en cuenta de lo sucedido cuando despertó. Dentro del sueño, todo aparecía cubierto por una especie de bruma, tan espesa que nada que estuviera a más de seis pasos podría distinguirse.
 
“Abrígate bien Balam. Voy a estar cuidándote desde las estrellas, cuida de tus hermanos y honra a tus padres. No tengas miedo Balam, Ah Puch no pudo alcanzarme.”
 
A la mañana siguiente las ideas de Balam habían cambiado. De alguna manera había dejado atrás el miedo, y de forma inmediata supo que lo sucedido por la noche, a pesar de la claridad con que había escuchado las palabras de su abuela, no era más que un sueño. Al recorrer los pasillos de su casa y posar su mirada sobre el cuarto de Ixchel, el chico constató que de ahora en adelante, lo cuidarían desde las estrellas. 


#6 LA LUZ PERDIDA




La gran sábana de luces que cubre los espacios sagrados perdió súbita e inexplicablemente a la más brillante de todas sus luces.


En un primer momento la desaparición fue ignorada, pero al poco tiempo todos los seres sobre la tierra rompieron en llanto, desesperados. La noche transcurría y nadie se explicaba su desaparición, los habitantes plagaron sus tierras de súplicas y rituales, mientras los sabios se dedicaban a estudiar el inusitado fenómeno. La comunidad, dividida por el odio y las envidias, temía por su vida. ¿Cuántas cosas
cambiarían ahora que esa luz los había abandonado? ¿Cómo era posible su desaparición?
 
Los días transcurrieron entre incertidumbre y grandes cambios: las cosas se alineaban de forma distinta, los templos se iluminaban en lugares inesperados y de forma intermitente, las sombras ya no aparecían reflejadas en los lugares acostumbrados, y el temor por el posible enojo de los dioses ante el desastre se
había adueñado de los aldeanos.
 
Probablemente Quetzalcóatl no bajaría de la pirámide, tal vez no encontraría cómo, los rituales se quedarían incompletos y entonces el pueblo quedaría perdido. Los mares subirían enfurecidos, la tierra no daría más frutos, los
lagos serían absorbidos y tal vez un día no saldría más el sol. Se esperaba que aquello que anteriormente iluminaba el negro de la noche, caería sobre todos y para la eternidad.
 
Sin embargo, un día una pequeña niña llamada Amaité encontró en el bosque una pequeña piedra cristalina que, aunque estaba cuarteada, prendía y apagaba. Sin pensarlo dos veces la tomó con sus pequeñas manos y la llevó a su hogar. Nadie notó la presencia de aquel mineral precioso.
 
Amaité llevaba su piedra a las reuniones y observaba como ésta iba perdiendo fragmentos. Por las noches la colocaba al lado de su almohada y en sueños veía escenas de odio y violencia.
 
Al pasar los días, Amaité comenzó a notar cambios en su reflejo: cuando se miraba en las aguas del río, ahora veía a su estrella perdida entre los ojos. Sin embargo, incrédula, la chica guardaba silencio.
 
En su comunidad comenzó a organizar reuniones, y sus llamados unían a la gente que se había distanciado antes de la oscuridad. Con ayuda de los más sabios ideó nuevos rituales para devolverle la luz a aquella estrella.
  
La gente comenzó a ser más amable, todos comenzaban a reconocerse y en cada ritual se podía sentir entre los miembros una fuerza que nunca antes se había sentido. Amaité ya no podía ocultar el brillo en sus ojos, que de noche brillaban emitiendo una luz plateda capaz de iluminar cualquier sendero oscurecido.
 
La gente empezó a albergar esperanza en su seno, y mientras más fe existía, menos grietas tenía la piedra cristalina. Un día Amaité decidió llevar la piedra mágica a uno de los rituales; la colocó en medio de todos y comenzaron las actividades.
 
Para sorpresa de los presentes, Amaité cayó repentinamente al suelo y sus ojos brillaron con más fuerza que nunca iluminando el cielo, su piel se convirtió en un reflejo de aquel manto alguna vez estrellado que rodeaba todo y perdió control de sí. Entonces, la gente miró al cielo y observó a la añorada luz brillante de vuelta en el firmamento. Amaité volvió en sí poco después y como regalo de la luz que había unido a su comunidad, sus ojos brillaron plateados por siempre.



#7 NICTÉ



Bajo la noche estrellada, un sendero angosto se abre paso entre la maleza. El silencio de la oscuridad solo se rompe con las olas del mar, mientras que la vista se acostumbra a la poca luz que regala la luna. Al final del camino, una casa pequeñita construida de palma y madera es el hogar de Nicté: una criatura de apenas 8 años, nacida un jueves bajo las fuertes lluvias de agosto y con una mirada cuyo verdor, heredado de su madre, penetraba a cualquiera.

 
La abundante vegetación de la selva, la humedad del mar y el azul del cielo, eran las cosas favoritas de Nicté, que podía pasar horas mirando cómo se movían las nubes lentamente y buscándoles forma mientras recargaba su espalda en las ramas de un árbol. Esa tarde, aunque ella no lo sabía entonces, su imaginación vería jaguares y ballenas dibujadas en las nubes por última vez.
 
Kin, el padre de Nicté, había advertido a su hija sobre la hostilidad de la selva. La había puesto al tanto de los inminentes peligros, entre los cuales se encontraban las arañas, serpientes, jaguares, pumas e incluso insectos que hoy se encuentran extintos.
 
Ese día, cuando Nicté volvió a casa, las palmas de sus manos habían enrojecido. Poco a poco, notó que otras partes de su cuerpo se encontraban lastimadas y en solo un par de minutos la vista de Nicté se había nublado, mientras era presa de fiebre y fuertes mareos. Kin olvidó hablarle de los hermanos Chechén y Chacah,
un par de árboles que juegan el papel de una dualidad: la eterna lucha entre el bien y el mal. La vida y la muerte.
 
La desesperación ante el dolor de su hija, llevó a Kin a salir corriendo hacia la Selva. Los intentos por hacer que la niña recordara el último árbol en el que se recostó fueron inútiles, la fiebre se había apoderado de Nicté. Kin, que no llevaba más que 8 años siendo padre, sabía que el árbol por el que su hija había enfermado, el Chechén, podría curar el sarampión tras un proceso que sólo los chamanes sabían hacer, pero era sumamente peligroso para quien confundiera sus ramas y follaje con las del Chacah.
 
Cuenta la leyenda que estos dos hermanos fueron guerreros condenados por los dioses a renacer, en forma de árbol, pegados a la tierra para disipar la lucha por el amor de una princesa. La oscuridad no dejó ver a Kin, la noche cubría los cenotes que rodeaban la casa con lirios sobre el agua.


#8 SUEÑOS



Esta vez despertó desconcertado, sin poder distinguir si las garras de aquel jaguar

estaban realmente clavadas en su hombro izquierdo o si se trataba de un sueño.
 
Kin, que a sus 23 años ya era todo un hombre, guerrero de clase alta, era alguien distinguido entre la comunidad, pues en todo Yaxhá aún no había nacido alguien capaz de vencerlo en saltar más alto o en cazar el mayor número de jabalíes.
 
Lo que a nadie se le hubiera ocurrido sospechar es que Kin le tenía pavor a la noche, y no precisamente por la oscuridad. Kin detestaba el momento de dormir, pues no había noche en la que algún mal sueño no atacara de pronto. Ya había pasado más de 3 años soñando diario. Hacía mucho que el mejor cazador de
jabalíes había abandonado cualquier esperanza de soñar algo agradable. Uno de los sueños más terribles que atacaron a Kin, fue aquel en el que el Jaguar lo atacó a él y a su familia entera por primera vez, dejándolos huérfanos a él y a su hermano.
 
Sin embargo, el jaguar no era lo único que perturbaba sus sueños. También estaban esas noches en las que el cielo se había tornado rojo mientras una lluvia de fuego se precipitaba arrasando con todo Yaxhá, o aquellas en las que una ola gigantesca lo arrastraba hacia las profundidades del mar, sin posibilidad de regresar. Las noches pasaban y pasaban sin que hubiera un sueño placentero para Kin, hasta que un día recordó las palabras de su abuelo, el único guerrero en todo Yaxhá que había podido cazar 15 jabalíes más que él: “Los dioses curan todos los males, encomiéndate a ellos, ofréceles algo para que volteen a verte y deja que guíen tu camino, pues así nunca vas a estar solo”.
 
Kin no quiso dormir esa noche para evitar un mal sueño, así que esperó la primera hora de la mañana para salir a buscar la ofrenda para los dioses: una flor que sólo aparece en la copa de las Ceibas, unos altísimos árboles que Kin solo había visto en las afueras de Yaxhá.
 
Equipado únicamente con sus manos desnudas, el joven puso el primero de dos pies sobre el árbol para poder escalar. Quince minutos más tarde, en la punta del árbol más alto que pudo encontrar, una pequeña flor sobresalía del follaje como diciendo: llévame contigo.
 
Con la flor en su poder y la noche por llegar, Kin ofrendó a los dioses aquella flor de pétalos blancos junto con granos de maíz, lodo y un poco de su propia sangre, extraída de su mano izquierda. Exclamó las palabras correctas y a pesar de la convicción que puso en cada una de ellas, no pasó absolutamente nada. Él esperaba una revelación o que el resultado fuera inmediato. Volteó hacía su catre, y sólo pensó: “al mal tiempo darle prisa” y se dispuso a dormir.
 
Justo cuando en su sueño Kin se encontró frente al ya conocido paisaje casi apocalíptico, momentos antes de que la lluvia de fuego arrasara con su pueblo Itzamná, dios del cielo y de la tierra susurró algo incomprensible al oído de Kin y, por arte de magia, el paisaje cambió radicalmente. Sin embargo, el jaguar aun acechaba. Sentía su mirada penetrante en las venas, y cuando aquella bestia saltó para atacar a Kin, Kauil el dios del fuego, dio un golpe encendido en llamas para ahuyentarlo, mientras gritaba algo incomprensible para Kin.
 
De pronto Kin despertó, por primera vez en años, sin estar empapado de sudor. Sus ojos se posaron en la ofrenda, de la que el viento parecía haberse llevado todo y entonces supo que sus noches no volverían a estar invadidas por sueños malos, pues Itzamná y Kauil le protegían.



#9 YAAX Y LAS PLANTAS




Por tierras mayas corre una voz que de boca en boca va contando historias. Cuando sucede, los árboles se ensanchan y los ríos bailan pues el aire, que lleva palabras consigo, cura los males de la tierra.

Se dice que en aquellas tierras las casas y caminos se llenaban con plantas de pequeñas hojas y pétalos blancos que la gente maltrataba. Los niños las arrancaban desde el tallo, lastimando sus raíces, y los adultos las cortaban con machetes creyendo que las florecillas perjudicaban al resto de las plantas y cultivos.
 
A Yaax le encantaba arrancar plantas, con el único propósito de sentir el crujido de los tallos entre sus manos y escuchar el sonido que emitían al romperse. Una vez arrancadas simplemente las aventaba. Su abuelo solía advertirle: —algún día las plantas cobraran venganza de ti— a lo que Yaax respondía sonriendo y, por no importunar a su abuelo, dejando por el momento de arrancar las plantas.
 
Yaax no era malo, simplemente no entendía lo que su abuelo le decía. De grande era admirado por su fortaleza y de niño había sido querido por todos debido a su simpatía. Sin embargo, testarudo e incrédulo como era, durante todos esos años había seguido arrancando plantas.
 
Las advertencias de su abuelo le parecían absurdas y más de una vez comentaba entre sus risueños amigos la ridiculez de una posibilidad como la de que las plantas se vengaran. Los días transcurrían sin nada que perturbara la tranquilidad del chico hasta que un día lo despertaron unos gritos provenientes del cuarto de sus abuelos. Sonaban desgarradores, como si quien estuviera emitiendo los sonidos fuera presa de un dolor terrible así que, temeroso, se apresuró al cuarto de su abuela.
 
Al entrar al cuarto la encontró sola, gritando por un intenso dolor en las piernas que las medicinas ya no mitigaban. Al poco rato el abuelo, con los ojos bañados en lágrimas, pidió a Yaax que saliera a buscar la planta que tanto le gustaba arrancar, pues era el único remedio para el dolor de su abuela.
 
Yaax, desesperado, siguió las indicaciones de su abuelo. Las recordaba bien, y aunque no se explicaba como aquello calmaría el dolor de su abuela, salió en busca de las plantas.
 
Caminó y caminó sin encontrar nada. Los caminos que antes habían sido verdes estaban ahora desiertos y Yaax supo entonces que se había equivocado al arrancar tantas plantas, pues para su abuela ya no había ninguna.
 
Decepcionado, después de haber andado la noche entera, volvió a casa con un pequeño puñado de hojas que su abuelo rápidamente puso a hervir. Al poco tiempo de haber tomado la infusión, Su abuela dejó de quejarse se sumió en sueños. Su abuelo le agradeció y lo miró por unos instantes a los ojos y justo en
ese momento Yaax se dio cuenta de que más que una venganza, lo que las plantas le habían dado era la más sabia de las enseñanzas.




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Bibliografía

Rubalcava Mónica, Cervantes Oscar, May Che Yolanda, "Compilación, Leyendas del Pueblo Maya (Español- maya)"
Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI)
México, 2020.
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